viernes, 14 de junio de 2013

El brujo y la dama morada


El viejo brujo y un poco loco lo había sabido siempre, no existen los milagros pero hay fuerzas capaces de empujar montañas, así es que cuando toco a su puerta la dama morada sabía cuál era el único camino posible. La sentencia hasta entonces parecía clara, la madera es rígida y no respira ni se dobla, no hay milagro que le de vida a un árbol que ha sido o ha nacido cortado. Uno, dos, tres, 10 carpinteros y la misma idea. La dama morada sabía que estaba tocando su última puerta, los caminos andados le habían quitado fuerza y su esperanza se aferraba a esa última puerta, la de la casa de ladrillos en medio del campo, la roja en medio del verde, la diferente. Ahí estaba pues ese viejo medio loco que había perdido por completo la inocencia y con ella el miedo. Cigarro en mano y rodeado de aserrín y madera lijada, tallada y calada (así de valiente era ese loco, que parecía incluso olvidar que madera y fuego en carbón terminan) mirando con atención y brillo a la dama morada, escuchó y sonriendo tomo de sus brazos los trozos de madera que gracias a sus lágrimas se habían mantenido verdes, y mirando al cielo estrellado dijo contundente: no hay trozo de madera por el que no valga la pena trabajar, y como orando se encomendó a la fuerza de los valientes, a la de los buscadores, la de los esperanzados y los rebeldes, la que mueve montañas aún sin milagros. No importa cuan frágil parezca la causa, sentenció, debajo del sabor amargo de un “no”, existe siempre una bolsa llena de dulces surtidos, una inmensa caja de colores para hacer del negro luz. La labor sería larga y estratégica, pausada, inteligente, sensible y valiente y, como una partida de ajedrez, en ella cada movimiento cuenta. Los días, los meses, las noches y los amaneceres pasaron, la luna dio una y mil vueltas y el sol se asomo y se escondió miles de veces más. El viejo loco y la dama morada trabajaron año tras año: uno cortando y pegado, lijando y calando, metiendo y sacando clavos, y la otra regando con risas y llanto aquella madera que aunque llegó casi seca, se llenaba de verde y vida cada día, hasta que de ahí dentro salió andando este personaje de madera por el camino estrecho y largo, dejando a su paso un suave olor a naranjo y su hermosa fragilidad que lo transformaba en una joya delicada y única. Algunos la llaman Violeta, otros Mónica, no se sabe si es de los increíbles, marciana o simplemente humana, demasiado humana, los cierto es que de ahí salió andando la que un día fue madera seca.

No se sabe con certeza si aquello fue un sueño, un delirio, magia o realidad cruda, voluntad, esfuerzo, talento o estrategia, quizá simplemente la fuerza del deseo. Lo cierto es que la pasión se esconde, como diría Rulfo, detrás de cada puerta y es la pasión y no los milagros, la que es capaz de mover montañas y de transformar un montón de trozos de madera seca en persona.

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