Abro la puerta, te invito a pasar y sentarte...entonces estás ahí. Abro los ojos como si siempre fuera la primera vez y estás ahí. Primero no importa cómo vengas vestido, pasa al fondo; no importa de qué hables, pasa al fondo, no importa tu forma: la de encimita, no importa la imagen, primero importa eso que guardas dentro de tus ojos. No importa qué es lo que dificulta nuestro encuentro o eso que lo facilita, qué lo hace instantáneo o casi mágico. Al principio me importa mirar al fondo de tus ojos, encontrar en ellos eso que guardas con miedo, con reserva, eso que como un tesoro, como la más callada de las vergüenzas o como el más grande y peligroso de los secretos guardas al fondo de tus ojos... importa por que es ahí en dónde puedo empezar a mirarte, importa porque ahí encuentro algo que siempre me permite estar, volver y entonces empezar a sentir.
Después es que importa tu forma, tu imagen, tus contenidos y tus tonos, la forma en la que enuncias tu discurso y se ordenan o desordenan tus palabras, el ritmo en que respiras, la manera en la que te sientas, la forma en que me miras o no me miras mientras hablas
y lo que todo eso despierta en mi. Después, y sólo después de mirar al fondo de tus ojos, es que puedo poner lo que veo y lo que pasa al servicio de este encuentro, de ti.
El camino es en sentido contrario, creo que siempre he caminado así: en sentido opuesto y es que es ahí en dónde logro sorprenderme, es ahí en dónde encuentro lo nuevo, es ahí en dónde necesito pararme para conseguir estar, con todo lo que me ocurre en ese estar, no importa si es agradable o desagradable, no importa porque ya pase por el fondo de tus ojos.
¿Cómo lo haces? me preguntan a veces...y yo pienso: es que camino en sentido contrario, primero entro al fondo de tus ojos y entonces el resto no es peligroso para ninguno de los dos, no puede serlo... porque ahí, en el fondo de los ojos, todo es tan familiar, tan simple, tan humano. Porque ahí, en el fondo de los ojos, todo es verdad.