martes, 26 de febrero de 2008

El camino al revés

Abro la puerta, te invito a pasar y sentarte...entonces estás ahí. Abro los ojos como si siempre fuera la primera vez y estás ahí. Primero no importa cómo vengas vestido, pasa al fondo; no importa de qué hables, pasa al fondo, no importa tu forma: la de encimita, no importa la imagen, primero importa eso que guardas dentro de tus ojos. No importa qué es lo que dificulta nuestro encuentro o eso que lo facilita, qué lo hace instantáneo o casi mágico. Al principio me importa mirar al fondo de tus ojos, encontrar en ellos eso que guardas con miedo, con reserva, eso que como un tesoro, como la más callada de las vergüenzas o como el más grande y peligroso de los secretos guardas al fondo de tus ojos... importa por que es ahí en dónde puedo empezar a mirarte, importa porque ahí encuentro algo que siempre me permite estar, volver y entonces empezar a sentir.
Después es que importa tu forma, tu imagen, tus contenidos y tus tonos, la forma en la que enuncias tu discurso y se ordenan o desordenan tus palabras, el ritmo en que respiras, la manera en la que te sientas, la forma en que me miras o no me miras mientras hablas
y lo que todo eso despierta en mi. Después, y sólo después de mirar al fondo de tus ojos, es que puedo poner lo que veo y lo que pasa al servicio de este encuentro, de ti.
El camino es en sentido contrario, creo que siempre he caminado así: en sentido opuesto y es que es ahí en dónde logro sorprenderme, es ahí en dónde encuentro lo nuevo, es ahí en dónde necesito pararme para conseguir estar, con todo lo que me ocurre en ese estar, no importa si es agradable o desagradable, no importa porque ya pase por el fondo de tus ojos.
¿Cómo lo haces? me preguntan a veces...y yo pienso: es que camino en sentido contrario, primero entro al fondo de tus ojos y entonces el resto no es peligroso para ninguno de los dos, no puede serlo... porque ahí, en el fondo de los ojos, todo es tan familiar, tan simple, tan humano. Porque ahí, en el fondo de los ojos, todo es verdad.

viernes, 22 de febrero de 2008

una probadita...

Termine de leer un libro hermoso, crudo y bello...uno de esos que se vuelven un cuadro, un sorbo de té caliente, un abrazo que ha ratos duele pero que no puede uno dejar de sentir, de probar. Llegó un martes por la noche y para el miércoles se me había acabado (si es que un libro puede acabar de leerse alguna vez)...tengo una y mil frases suyas en mi cabeza, una y mil imagenes, uno y mil sabores en mi paladar. "El opio es dulce y terrible a la vez...como el amor -dice Maxece Fermine ahí- una vez que se aficiona uno cuesta deshacerse de él...el opio es un amor que no se elige"...cómo si hubiera un amor que se elige, no, el amor no es así, el amor te llega, te toma, te colma, el amor te pasa encima y entonces no hay mucho más que hacer que amar...rendirse y amar...no importa si duele, si esta bien o está mal, no importa si es correcto...no, las reglas en él pierden sentido...y de él, es cierto, uno no se cansa nunca...del amor y la vida no puede uno cansarse nunca...esa es la bendición, esa es la maldición...
Anda, reegálate un té caliente, un instante y deja que las palabras de Maxence Fermine en "Opio" te lleven de la mano a través de esos sueños locos que hacen la vida...

Gracias hermano...gracias por que tus ojos y tus letras siempre tocan mi alma.

lunes, 4 de febrero de 2008

No sólo las paredes oyen...

Hay esquinas que hablan detrás del silencio, que guardan, esquinas que abrazan o que están manchadas de nostalgias, de momentos, de viejos instantes que fijados en el tiempo y en la banqueta se hacen vivos. Hay esquinas calladas que mudas lo dicen todo porque lo escucharon todo, esquinas que gritan lo que la prisa, los días y el movimiento cotidiano nos impide mirar. Esquinas a las que llegamos y parece inevitable detenerse porque en ellas el vacío se llena sorpresivamente de contenidos, de palabras, de imágenes, de sentimientos que sin saber de golpe exactamente de dónde es que vienen, nos invaden...y entonces uno no puede más que quedarse ahí por horas mirando pasar el ayer como si ocurriera de vuelta hoy. Si, hay esquinas que susurran instantes, hubieras, palabras rotas o confesiones. Algunas son sucias, otras andan vestidas como de fiesta con banquitas y jardineras coquetas, algunas son simples (esquinas X), otras guardan detrás una cafetería, una miscelanea o un puesto de tacos o de tamales; algunas cambian con el tiempo y otras permanecen igual, son esquinas abandonadas, y hay también las que son devoradas por grandes edificios modernos (esquinas industriales que podrían parecer hasta impersonales); están las que cuentan con un puesto de periódicos o uno de flores (esquinas con suerte)...las hay miles y distintas, pero todas, todas son esquinas mudas que lo saben todo, que lo han visto todo, que se vuelven sabios rincones y testigos. Esquinas que esconden el apasionado e irracional pleito de unos novios jóvenes o la tartamuda y torpe confesión de un amor, el inútil regaño de una madre cansada que finalmente explotó o la callada despedida de esos que han decidido no estar más. Esquinas marcadas por las ruedas de una, dos o tres carreolas o grabadas con las diminutas huellas de un niño dando sus primero pasos, de un perro que andaba por ahí o de un despistado que no se fijo que el cemento estaba fresco. Si, hay esquinas que lo saben todo, y como las paredes, no dicen nada... no pueden... han sido condenadas a ser testigos silenciosos de lo que en el camino ocurre. Esquinas que simplemente miran, callan, están y guardan como tesoro olvidado algunos de los momentos que hacen la vida antes de ser barridos por el tiempo y el olvido....de vez en cuando tengo la suerte de ser sorprendida y atrapada por alguna de mis esquinas ¿y tu?...